Por Luis Espinosa nota ramona web
Agradezco la posibilidad de volver a experimentar esta obra de Mireya Baglietto en lo que hoy el Palais de Glace presenta como Muestra Antológica 1980-2013.
Con profunda ansiedad llegué a la inauguración dispuesto a caminar con el espejo que sabía me iban a entregar al entrar.
Muy entusiasta, una asistente de la artista se ocupaba de explicar la técnica de participación y ya decenas de personas transitaban el espacio núbico.
No tardé en verificar que lo que recordaba del efecto de esa obra en mí hace tantos años, volvía a actualizarse movilizando cuerpo y espíritu.
La vigencia de esta instalación no se debe a la novedad sino al hallazgo de una estructura plástica que transforma la mirada, abre canales de percepción y expande la conciencia.
El modo en que la obra actúa sobre el propio cuerpo no se hace esperar y produce resonancias en lo más profundo, produciendo sensaciones difíciles de encontrar en una propuesta artística.
En el año 2012 recordando La Nube escribí el siguiente testimonio:
Había terminado recientemente mi formación académica, talleres de pintura, escultura, exámenes, historia del arte y de ese trayecto algunos artistas y períodos se elevaban ante mi admiración como inalcanzables. Salía a un mundo como docente de arte y a la vez comenzaban mis presentaciones en salones y convocatorias como artista.
No recuerdo cómo llegué hasta La Nube de Mireya Baglietto en el Centro Cultural Recoleta en 1988, pero no puedo olvidar cómo salí de allí. Y digo así porque fue una experiencia fundacional. En el tránsito por La Nube lo que parecía externo e inalcanzable viró hacia lo interno y lo profundo en mí.
Aunque la seguí a través de otras obras posteriores, conocí personalmente a Mireya unos 20 años después y cuando me la presentaron no tuve más que decirle lo que seguía operando La Nube en mi presente, en ese mismo instante, tomaba conciencia de que no sólo me había marcado históricamente sino que algo que se había abierto en mi interioridad aquel día no se había cerrado jamás y era parte de mi actitud hacia el mundo y hacia el arte.
Aquella tarde me puse en la fila, cuando entré me calcé unas botas mullidas, tomé el espejo y lo apoyé debajo de la nariz. La primera percepción ubicaba esas telas colgantes en una inversión de posición, con lo que el cuerpo parecía pisarlas o atravesarlas al avanzar. La fuerte contradicción a la acostumbrada experiencia kinestésica no sólo modificó la acción y la sensación de mis músculos, me abrió a un estado de conciencia novedoso, hacia mi interior. E incidió sobre el modo en que solía ver las cosas, enfrentándome ante un exterior que ya no presentaba una versión unívoca.
Pero esta no era una experiencia individual, cada paso se medía en relación al de los demás que recorrían el espacio núbico, cruzando miradas de sorpresa, sonrisas, comentarios cómplices, como si cada uno supiese lo que le pasaba al otro. Algo en común.
El sentido del arte y la acción del artista se habían extendido.
La obra antes inalcanzable, ahora se transitaba y se llevaba adentro para siempre.
Hoy, La Nube, vuelve a suceder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario