Por Gabriela Esquivada nota Miradas al Sur
Formas raras. Se ven, pero no existen en la realidad ordinaria./ El efecto espejo. Las telas del techo se vuelven un frágil piso./ Entre las telas. Caminar parece sencillo, pero el espejo pone el techo a modo de camino./ Baglietto. “Las perspectivas pueden ser más amplias.”
Miradas núbicas, la muestra de Mireya Baglietto, pone literalmente patas arriba la noción del espacio con un simple espejo. Desde el arte, pero hacia la esfera social, muestra la fragilidad de las certezas y la posibilidad de ver todo desde otro lugar.
Con un espejo que recibe al ingresar al Palais de Glace, el espectador recorre Miradas núbicas, la muestra antológica (1980-2013) de Mireya Baglietto, y tiene, por ejemplo, miedo de caerse. El espejo, le explican, debe apuntar hacia arriba a la altura de la cara. Así le quita la visión de los pies y el piso. Sólo le permite mirar el reflejo de unas telas semitransparentes, de diferentes colores y formas, que penden laxas o tensas pero que, vueltas al revés por la imagen especular, se han convertido en un terreno temible, plagado de extrañas formas que de pronto alzan un montículo verde para escalar, o abren un pozo gris donde romperse una pierna, o interponen un escalón amarillo demasiado alto. El piso ha seguido liso, pero el participante ha vacilado más de una vez en dar o no un paso.
Es el efecto de la Nube en la que esta artista trabaja hace tres décadas: ampliar los límites de la percepción desmontando códigos tan fijos como que la gente camina sobre baldosas lisas en los mil metros cuadrados de la planta baja del Palais de Glace.
Otras telas tienen formas tridimensionales y respiran rítmicamente, mediante ventiladores, como organismos de colores, que se inflan y se achican. Ante estas obras pulsantes, el espejo se apunta a los volúmenes que se multiplican en fragmentos, pero aparecen y desaparecen del reflejo poniendo en duda la posición de poder del espectador: está rodeado por extremidades de seres raros que se le acercan y alejan.
Aunque evoca los asombros de la Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, y el movimiento de Op-Art, que juega con la capacidad perceptiva de la mirada humana, la obra de Mireya Baglietto es más psicológica y social: la duda que desmonta la certeza, la pregunta que abre caminos donde la afirmación cierra. “Se acabó el mundo de las certezas”, dijo a Miradas al Sur. “Las certezas existían bajo una mirada recortada que podía justificar todo y acomodarlo a un concepto infantil de realidad, cuando se mensuraba la distancia con instrumentos mecánicos o patrones proféticos creyendo que esos instrumentos y patrones marcaban certeza.”
Baglietto cuestiona la sociedad contemporánea, que funda su bienestar en el consumo, al mostrar que desde otra perspectiva –desde un efecto óptico, dado por el espejo– se ve otra cosa. El miedo a caerse en un pozo de tela gris que no existe sino en el espejo, porque la tela cuelga inocente del techo, se puede proyectar más allá: a la posibilidad de revisar las afirmaciones sobre la sociedad y la política contemporáneas por el mero acto de cambiar el punto de vista que se da por aceptado.
“Nos vendieron el poder y la acumulación de bienes, dinero, posesiones de tierras y el goce hedonista como valores asociados al bienestar”, siguió. “Yo decididamente no creo en eso y, sin proponérmelo demasiado, advierto que cuando el goce estético pasa por el mundo del espíritu, lo posesivo cambia su nivel de importancia. Tampoco la pavada: todos tenemos necesidades materiales, y mientras tengamos un cuerpo debemos atenderlas y disfrutar de él. Pero pretendo lograr que la gente sienta algo tan fuerte y creativo dentro de sí que termine siendo una ventana abierta a la riqueza interior. Cambiando la escala, esta reflexión viene como anillo al dedo para aplicarla a nuestro país, ¿no?”.
Hasta 1978 Baglietto había trabajado una obra en extremo material: ganó premios nacionales e internacionales como ceramista, realizó esculturas, dibujos y pinturas. Pero entonces –agregó–, “en Argentina y en el resto de Latinoamérica veníamos transitando uno de los peores momentos del siglo XX. Los horrores de los ’70 silenciosamente me signaron a trabajar algunas series escultóricas como el Homenaje a mi América dispéptica que remitía solapadamente al plan Cóndor, o la Serie de los sombreros, donde las cabezas sufrían ahuecamientos”. Un último conjunto, Los aspirantes al bronce, rompió algo en su interior. “Dejé de hacer cerámica y me tomé un período de silencio. Ya no había en mí casi más protesta, tampoco objetivos de triunfalismo.”
El marco que armaba su vida creativa se desdibujó. Quedó el espacio desnudo, a la vista. “Y desde ese movimiento más que vital –dijo– se abrió un panorama donde no existían límites ni patrones. Perdí el habla a causa de no poder articular palabras significantes a mi estado interior. Internamente todo me decía: ‘Hay que sacar la gravedad, sacando la gravedad se diluye este margen constrictor más que perverso que rige nuestro modo de ver, sentir y pensar el mundo’. Después vino el gran trabajo, quitar la gravedad de modo virtual, y con ese hallazgo llegar a recomponer la mirada.”
La virtualidad que le permitió el espejo es casi lo contrario de la densidad de la cerámica, del mismo modo que las telas reemplazaron las paredes en su taller. Esa levedad se convirtió enla herramienta de su exploración. “Baglietto no sólo interroga al observador sobre sus hábitos perceptivos”, escribió el curador de la muestra, Héctor Medici, “sino también cuestiona las formas contemporáneas con las que concebimos los recintos que habitamos: diseñamos y construimos espacios a partir de las mismas pautas de distanciamiento y homogeneización que nos dicta la razón instrumental”. Y al recorrer Miradas núbicas –auspiciada por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Cámara de Diputados de la Nación– la razón cede potestad a la percepción y los sentimientos.
Por eso la artista ha comparado su Nube con el útero materno: “Allí el feto se desarrolla hasta llegar a ser persona y sólo recibe lo que necesita: estímulo y contención. No recibe dogmas, ni ideologías, ni pautas culturales. Cuando nace, sólo trae en su código genético aquello que le da identidad, indicándole que es un nuevo ser en el mundo, único e irrepetible”.
La Nube, define su autora, es un espacio plástico polisensorial cuyos estímulos apuntan a provocar algo en otro. Esas construcciones arquitectónicas con telas no serían obra sin la participación activa de quien las transita. Pero como las que surgen y se mueven y se deshacen en el cielo, esta Nube es efímera: consiste en la experiencia de recorrer la muestra.
–¿Qué marca espera usted que deje, cuando uno sale y vuelve a su mundo regido por los medios, la mirada unívoca, el consumo?
–Sólo pretendo que al ampliar la mirada se active el sentir y se pueda trasponer esta cultura reduccionista que nos aprisiona, para volver al origen confundiéndonos sensorialmente con el universo y desde allí, desde esa sopa nueva, con sabor a humanidad, podamos repensar el mundo.
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